Cuba es un país donde la electricidad, en circunstancias normales, llega directamente al 98 por ciento de la población, existe un sistema único de producción y suministro de la misma, y se garantiza a los centros vitales en cualquier circunstancia a través de equipos electrógenos. Tan pronto se restablezcan las líneas de transmisión será de nuevo así.
Vale la pena meditar un minuto cada día sobre el costo de la energía eléctrica, sin la cual en el mundo de hoy la vida civilizada se vuelve imposible. Esto es válido aún más si se acerca la época del año en que las noches son más largas y todas las luces y equipos se encienden a la vez, y son pocos los hogares que no disponen de varios objetos electrodomésticos.
Reflexionar sobre el tema nos permite comprender el desafío de gran número de países en el mundo que deben importar el combustible. No abundó nunca ni pudo abundar en Cuba, sin caudalosos ríos, la energía hidráulica; la solar, una forma renovable y no contaminante de energía, aunque costosa, se emplea en varios miles de puntos que satisfacen necesidades sociales; y por último, la eólica, cuyas pruebas se iniciaron bajo el peligro destructor de los huracanes. No cesará, por ello, el esfuerzo de buscar respuesta a las necesidades crecientes de energía.
Nuestra producción de electricidad depende fundamentalmente de las termoeléctricas, construidas a lo largo del país en los años de Revolución pues antes apenas existían, acompañadas de la extensa red que requiere una isla larga y estrecha para compensar déficit regionales y los tiempos de imprescindibles reparaciones.
En nuestras manos, sin embargo, está el ahorro del combustible que se consume cada día no solo en producir electricidad, sino en las actividades de la nación: industria, transporte, construcción, preparación de tierras, etcétera, etcétera. No las enumero todas porque son decenas las circunstancias en que aquel se consume no pocas veces más allá de lo necesario, tanto en Cuba como en cualquier parte del mundo; pero, en nuestro caso, con el agravante de habernos acostumbrado a recibir de la Revolución muchas cosas por las cuales no hemos luchado. Nos olvidamos incluso no pocas veces de que los huracanes existen, a lo que se unen cambios de clima y otros fenómenos creados por la llamada civilización.
Un dato nos ayudaría a ilustrar tal situación: el valor de la energía que Cuba consume anualmente, a los precios vigentes del presente año, supera los 8 mil millones de dólares.
Si, por otro lado, se suman el valor del níquel, el azúcar y los productos del Polo Científico, que constituyen los tres principales renglones de exportación, estos a duras penas alcanzan, en sus actuales precios, los dos mil millones de dólares, de los que habría que descontar los gastos e insumos necesarios para producirlos.
Desde luego que no son estos nuestros únicos ingresos en divisas convertibles. Por exportación de servicios nuestra Patria obtiene hoy más ingresos que por toda la exportación material que realiza. Tal vez lleguemos, en un período relativamente breve de tiempo, a ser exportadores de petróleo. Ya en parte lo somos de crudo pesado, que no puede refinarse en Cuba por nuestras limitadas capacidades actuales.
Una conclusión que se deduce de lo dicho es que, frente a la demanda desmedida de combustible por parte de los organismos del Estado, la respuesta ha sido categórica: reduzca las actividades que ha pensado o soñado.
Algunos de los nuestros sueñan realmente con satisfacer todas las solicitudes de "pajaritos volando" que la gente desea. Dentro del Estado, se necesita rigurosa disciplina y un orden absolutamente racional de prioridades, sin temor alguno a establecer lo que debe o no hacerse, y partiendo siempre del principio de que nada es fácil y que solo del trabajo con calidad e intensidad deben proceder honradamente los bienes materiales.
Los que no deben faltar en ninguna circunstancia son los medios disponibles que transportan materiales, alimentos, y los recursos para la producción y los servicios más vitales.
Vuelvo a insistir en la necesidad no de trabajo burocrático para las telarañas de las musarañas, sino de trabajo físico imprescindible e irrenunciable. No ser solo intelectual, sino también ser obrero, trabajar con las manos.
Fidel Castro 3/10/08
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